La Importancia de la Unidad de la Iglesia-2a parte.

 La Unidad como Testimonio al Mundo - El Ejemplo Radical de Pablo



La unidad: el testimonio más poderoso

Después de tantos años en el ministerio pastoral, he llegado a una convicción profunda: el testimonio más poderoso que la iglesia puede ofrecer al mundo no son nuestros programas, nuestros edificios, ni siquiera nuestros sermones elocuentes. Es nuestra unidad. Y la razón de esta convicción no surge de mi experiencia personal, aunque la confirma, sino de las palabras mismas de nuestro Señor Jesucristo.

¿Has considerado alguna vez por qué Jesús oró tan fervientemente por nuestra unidad en esas horas cruciales antes de la crucifixión? La respuesta se encuentra en la continuación de su oración, y cuando la descubrimos, todo cambia: "para que el mundo crea que tú me enviaste".

¡Qué revelación tan extraordinaria! La unidad de la iglesia no es solo una cuestión interna para nuestro bienestar espiritual. Es la credencial divina, el sello de autenticidad que valida ante los incrédulos que Jesús verdaderamente vino del Padre. Es la prueba tangible de que el evangelio que predicamos tiene poder transformador real.

Durante mis años pastoreando, he observado algo fascinante: cuando una iglesia vive en verdadera armonía, cuando los hermanos se aman genuinamente, cuando hay perdón real y reconciliación visible, esto produce un impacto extraordinario en quienes observan desde afuera. He visto personas acercarse a la fe no tanto por sermones brillantes, sino por presenciar relaciones restauradas y amor auténtico entre hermanos que antes estaban enemistados.

Por el contrario, cuando hay divisiones, conflictos visibles, chismes que trascienden las paredes del templo, el testimonio se ve gravemente comprometido. Y aquí duele reconocerlo, pero debo ser honesto: muchas veces hemos sido nuestro peor enemigo evangelístico. Hemos cerrado más puertas al evangelio por nuestras divisiones que las que hemos abierto con nuestras campañas evangelísticas.

Jesús entendía perfectamente esta realidad. Él sabía que en un mundo marcado por el odio, la venganza, la división racial, social y política, una comunidad donde personas de diferentes trasfondos se aman genuinamente sería como una ciudad puesta sobre un monte: imposible de esconder y magnéticamente atractiva.

El problema surge cuando alguien dentro de la iglesia da mal testimonio. He visto esta tragedia repetirse innumerables veces: un solo miembro de la iglesia actúa de manera incorrecta, y inmediatamente la gente generaliza: "Mira cómo son todos los cristianos". Un comportamiento inadecuado se convierte en el pretexto perfecto para que otros rechacen el evangelio.

Pablo: la radicalidad del compromiso por el testimonio

El apóstol Pablo nos ofrece una perspectiva absolutamente revolucionaria sobre la importancia del testimonio cristiano. En 2 Corintios 6, encontramos una de las declaraciones más desafiantes de toda la Escritura. Pablo comienza estableciendo el contexto: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación".

¿Qué está diciendo Pablo aquí? Está recordándonos que vivimos en un momento crucial de la historia humana: el tiempo de gracia, el momento de predicar el evangelio y ver almas salvadas. No es tiempo de juegos, no es tiempo de frivolidades. Es el momento más importante que la humanidad ha conocido, donde se decide el destino eterno de las personas.

La iglesia tiene una responsabilidad sobrecogedora: somos los portadores del mensaje de reconciliación, los embajadores de Cristo en un mundo perdido. Cada día que pasa, personas mueren sin conocer la salvación. Cada hora que transcurre, almas se hunden en la desesperanza sin haber escuchado las buenas nuevas.

Precisamente por esta razón tan trascendental, Pablo establece un principio que debería hacernos temblar: "no damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado". Su lógica es cristalina y su urgencia palpable: como es tiempo de salvación, no podemos estar predicando el evangelio por un lado y siendo piedra de tropiezo por otro.

Imaginen la contradicción: por la mañana predicamos sobre el amor de Dios, por la tarde damos motivos para que alguien critique la iglesia. Por un lado hablamos de perdón, por otro mantenemos rencores y divisiones. Por una parte anunciamos transformación, por otra mostramos las mismas actitudes del mundo.

Pablo entiende algo que nosotros frecuentemente olvidamos: la gente está siempre lista para criticar, siempre buscando inconsistencias en nuestro testimonio. No lo hacen necesariamente por maldad; a menudo es una defensa natural contra un mensaje que los confronta con su necesidad de cambio.

Por eso Pablo establece con firmeza: "Como es tiempo de salvación, como nuestra misión es predicar el evangelio, no podemos dar motivos para que alguien critique la obra". ¿Por qué? Porque esa crítica se convertirá en la excusa perfecta para rechazar el mensaje de salvación.

Durante mis años de ministerio he escuchado innumerables veces frases como: "¿Para qué voy a ir a la iglesia si los cristianos son iguales o peores que los del mundo?" "Si eso es ser cristiano, yo paso". "He visto cómo se comportan en la iglesia, y no me interesa".

Cada una de esas frases representa una tragedia eterna: almas que encuentran en nuestro mal testimonio la justificación para rechazar la salvación. ¿Podemos siquiera comenzar a calcular la responsabilidad que esto implica?

Más allá del buen comportamiento: el sacrificio radical

Pero aquí es donde Pablo nos lleva a un nivel que francamente nos resulta incómodo. No se conforma con simplemente evitar dar mal testimonio. En una lista que me ha impactado cada vez que la leo, describe todo lo que está dispuesto a soportar por mantener la integridad del testimonio:

"Nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos, en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo."

Esta lista me deja sin aliento cada vez que la medito. Pablo está diciendo algo que va contra todo instinto natural: está dispuesto a renunciar incluso a sus derechos legítimos si ejercerlos pudiera comprometer el testimonio.

Leamos bien: no solo evitará hacer lo incorrecto, sino que soportará insultos, burlas, desprecios, prisión, malentendidos, calumnias y cualquier injusticia necesaria para que el testimonio permanezca intacto. Está dispuesto a ser considerado engañador mientras dice la verdad, a ser tratado como desconocido mientras es reconocido por Dios, a parecer moribundo mientras rebosa de vida espiritual.

Este es un principio que revoluciona completamente nuestra manera de entender el cristianismo: no existe ninguna razón, por poderosa que sea, ningún derecho, por legítimo que parezca, ningún principio, por correcto que sea, que justifique actuar de manera que dañe el testimonio de la iglesia.

¿Tienes razón en esa disputa? Quizás sí. ¿Te han tratado injustamente? Posiblemente. ¿Tienes derecho a defenderte? Legalmente, sí. Pero si ejercer ese derecho se convierte en motivo de crítica para la obra de Dios, si tu "razón" se convierte en piedra de tropiezo para que alguien rechace el evangelio, entonces debes estar dispuesto a renunciar a ella.

Esto no es masoquismo espiritual ni una invitación al abuso. Es una comprensión profunda de las prioridades eternas. Pablo no está sufriendo por sufrir; está sacrificándose porque entiende que hay algo infinitamente más importante que su comodidad personal: la salvación de las almas y la gloria de Dios.

El verdadero significado de ser "solícitos"

Volvamos ahora a esa palabra clave que Pablo usa en Efesios: "solícitos en guardar la unidad del espíritu". Durante años prediqué sobre este versículo sin captar realmente la profundidad de lo que Pablo está demandando.

La palabra "solícito" en el griego original implica dos elementos que no podemos separar: esfuerzo intenso y diligencia constante. No es una actitud pasiva de "esperar que las cosas mejoren" o "confiar en que Dios arreglará todo". Es una acción decidida, consciente, persistente.

Pablo está diciendo: "La unidad no es algo que pueden postergar. No pueden decir 'este tema ya lo trataremos después' o 'cuando tengamos tiempo nos ocuparemos de esos problemas'". Es tan grave y tan importante que debe ser una prioridad absoluta en sus vidas.

La palabra del Señor nos advierte que esto es urgente y prioritario. ¿Por qué? Porque mientras la iglesia está dividida, mientras hay conflictos sin resolver, mientras hermanos están enemistados, el evangelio está siendo obstaculizado. Cada día que pasa en división es un día donde nuestro testimonio está comprometido.

Y Pablo añade algo más: debemos hacer un esfuerzo consciente, sabiendo que luchar por la unidad y la armonía en la iglesia no es tarea fácil. No es natural para nuestra carne pecaminosa. Nuestro instinto es defendernos, justificarnos, guardar rencor. Mantener la unidad requiere morir a nosotros mismos diariamente.

Los requisitos no negociables para la unidad

Sin embargo, antes de hablarnos de ser solícitos, Pablo establece condiciones previas que son absolutamente no negociables: esto debe hacerse "con toda humildad y mansedumbre, soportándoos los unos a los otros en amor".

Después de décadas pastoreando, puedo afirmar categóricamente que estos no son simplemente buenos consejos; son requisitos absolutos. He visto iglesias fracasar estrepitosamente en sus intentos de mantener la unidad precisamente porque ignoraron estos prerrequisitos.

Si no logramos cumplir estas condiciones, fracasaremos inevitablemente en nuestro intento de mantener la unidad. Es imposible ser solícitos en guardar la unidad si respondemos con soberbia cuando se nos corrige, si reaccionamos con rebeldía cuando se nos llama la atención, si nuestro orgullo se inflama cada vez que alguien no está de acuerdo con nosotros.

La humildad no es pensarse menos de lo que somos; es no pensar en nosotros mismos en absoluto. Es la capacidad de reconocer nuestros errores sin defensas, de aceptar corrección sin justificaciones, de pedir perdón sin excusas.

La mansedumbre es poder bajo control. No es debilidad; es fortaleza dirigida por el Espíritu Santo. Es lo opuesto a la rebeldía, esa actitud que dice "nadie me va a decir qué hacer" o "yo sé lo que es mejor para mí".

Sin estas virtudes genuinamente operando en nuestras vidas, nadie, absolutamente nadie, podrá cumplir con el llamado divino a mantener la unidad del espíritu. El espíritu de rebeldía y la soberbia son como ácido para la unidad; la corroen hasta destruirla completamente.

Pero hay un tercer requisito que Pablo añade, y es especialmente relevante para nuestros tiempos: soportarnos mutuamente en amor. Debemos ser realistas: los conflictos son inevitables. Hasta en las mejores familias, en los matrimonios más sólidos, surgen tensiones y malentendidos. ¿Cuánto más en la iglesia, formada por pecadores en proceso de santificación?

La palabra "soportar" aquí no implica resignación amarga o tolerancia forzada. Es un amor activo que decide persistir a pesar de las diferencias, las irritaciones y las imperfecciones mutuas. Es amor que no se basa en sentimientos cambiantes, sino en decisiones firmes del corazón.

Hemos visto en esta segunda parte cómo la unidad trasciende completamente lo personal para convertirse en un testimonio vital ante el mundo perdido. El ejemplo radical de Pablo nos desafía a un nivel de compromiso que va mucho más allá de lo que consideramos normal en el cristianismo contemporáneo. En nuestra tercera y última entrega, abordaremos las formas incorrectas más comunes de manejar los conflictos en la iglesia, y descubriremos por qué huir de los problemas nunca es la solución bíblica. Prepárense para un examen honesto de nuestras reacciones naturales ante los conflictos, y para descubrir el camino divino hacia la restauración y la paz. ¡No se pierdan la conclusión de esta enseñanza que puede transformar radicalmente la manera en que vivimos nuestra fe en comunidad!

En el amor de Cristo

Pr. Rafael Quintero

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